LA VOZ ROTA
La mayor
ilusión de un chico de 17 años era presentarse a cástines para cantar. Los
padres se lo permitían, pero le aconsejaban que tenía que estar muy preparado
para aceptar el éxito o el fracaso.
Escuchaba canciones de sus cantantes preferidos para ver cómo era el
tono de voz de los profesionales. Como no llegaba bien a las notas altas, les pidió
a sus padres que si podía apuntarse a una academia para aprender a entonar.
Lo apuntaron a la mejor academia de la ciudad: por ahí habían pasado
quienes llegaron a ser grandes artistas. Él estaba contento porque sabía que de
allí saldría muy bien, con una buena voz. Pasaron los días, los meses y el muchacho
iba mejorando. Incluso llegó a cantar en otra escuela de canto y se confirmaron
sus mejoras. Sus padres, contentos, lo animaban a seguir y le aconsejaban que
nunca lo dejase, porque aquella era una oportunidad que no pasaba más en la
vida. Pero el joven estaba convencido de que no lo quería dejar, pues estaba aprendiendo
muchas cosas.
Pasaron los años y con 19 años decidió presentarse a un castin mucho
más importante. Internamente tenía la total convicción y se presentó. Le
atacaban los nervios, pero al final consiguió pasar la primera prueba. Pasó también
la segunda, con más nervios.
Cuando superó la siguiente prueba le dijeron que le llamarían para
entrar en el concurso para competir con otros que también se presentaron en el
castin. Sus padres le recordaron que en esa nueva academia no perdiese el tiempo
para no dejar escapar la oportunidad de su vida.
En un formato televisivo de “El gran hermano” (The big brother), el joven tenía que pasar en esa academia
conviviendo durante un mes con todos los mismos participantes. Lógicamente
todos ellos acababan conociéndose y surgían amistades y envidias.
Desobedeciendo a sus padres, el muchacho empezó a tontear con una chica,
Andrea.
En la primera semana de concurso, aprendieron duro a entonar las voces,
etc. Salió la primera gala por televisión. La madre del muchacho se desesperaba
por ver si su hijo lo hacía bien, porque era la primera vez en la vida que se
enfrentaba a las cámaras. Empezó a cantar tranquilo y, al aplicar los trucos
que le habían enseñado, logró cantar y pasar esa primera semana. En la siguiente,
también lo consiguió, aunque los nervios lo traicionaron mucho y desafinó un
poquito, pero al ser las primeras semanas las votaciones no contaban.
Las semanas iban pasando y las galas se sucedían. El joven cada vez lo
hacía mejor. Faltaba apenas una semana para acabar el concurso y tenía que
competir contra otro chico.
En la gala final, el otro concursante empezó a cantar. Nuestro
protagonista comprobó que su adversario lo hacía un poco mal, porque
desentonaba aún, con un tono de voz era un poquito bajo y no lograba llegar a
las notas agudas.
Era su turno. Nuestro chico comenzó a cantar. Acabó. Toda la sala se
levantó. La madre lloraba. Su hijo, también. Cuando los aplausos disminuyeron,
una sensación de euforia le embargaba. Había logrado ganar el concurso. Recibió
el premio.
Entró en el mundo de la fama, del dinero, del futuro asegurado...
Un día fue a visitarlo un viejo “amigo”, que conoció en la primera academia.
Juntos habían compartido sueños, pero uno de ellos no había podido superar
aquel castin y ahora venía a vengar su frustración. El fracasado le ofreció
droga. Le dijo que era muy buena, que la probara. El cantante famoso y rico
aceptó, alegando que solo la probaría, que él ya controlaba.
Pero luego vino el infierno. Se enganchó. No se tomaba en serio nada:
hasta grabar discos se volvió un simple entretenimiento. La droga se apoderó de
él y de toda su voluntad.
Los fans fueron los primeros en darse cuenta y le dieron la espalda.
Cuando sus padres se percataron era demasiado tarde: la hermosa voz de su hijo
se había roto para siempre.
Álex Otero 3º D
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